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El cuento de nunca acabar

Érase una vez que se era, en un reino indeterminado, no se recuerda el nombre, todo parecía estar bajo control, existían reyes, princesas, nobles caballeros y pueblo llano, como en todo cuento ambientado en un mundo mágico-medieval. Hadas y dragones no hacían falta, puesto que para custodiar sus fortunas los hombres de bien tenían otros métodos de ocultismo y guardianes para proteger sus haciendas.

Las guerras internas parecían haber cesado tiempos ha, la paz gobernaba por cualquiera de los rincones habidos y por haber, cada cierto tiempo el reino se ampliaba y no daba señales de que surgiera conflicto intestino alguno. El reino aparentaba ser próspero, las tierras daban frutos, las minas minerales, los negocios prosperaban y la riqueza emanaba de una fuente inagotable.

El problema estaba cuando alguien salía a los extramuros del reino, si esto sucedía mostraba al mundo, en su bola de cristal, lo que más allá de esas gruesas paredes acontecía. Esto no siempre gustaba a los regentes, puesto que escandalizaba a la concurrencia y surgía algún loco que afirmaba que esto lo provocaban aquellos que tenían una corona sobre su cabeza. Con la ayuda de prestidigitadores lograban mitigar los efectos, aunque también disponían de juegos, circos y todo tipo de atracciones para atraer la atención hacia otros lugares.

Fuente: Petits Detectius

Fuente: Petits Detectius

De manera intermitente, algunos de los desgraciados que vivían en ese reino del caos, trataban de llegar a aquel edén del que algunos les habían hablado, para ello debían sortear una serie de obstáculos, altos parapetos, aguas repletas de peligros y una vez superados estos, la gente del reino creía que si entraban en aquel paraje de abundancia, no les quedaría la suficiente como para bañarse y regodearse en ella.

Algunos desdichados morían en el foso repleto de cocodrilos que rodeaba al reino, la noticia llegaba al pueblo ante la atónita mirada de los regios dirigentes. Estos, de manera cínica, se llevaban las manos a la cabeza, pero al día siguiente los reptiles seguían patrullando las ensangrentadas aguas y los muros seguían igual de insalvables.

Hasta que un día la pompa de este idílico remanso de paz estalló, las cosechas dejaron de abastecer a toda la población, las minas se clausuraron y muchos negocios cesaron su actividad. Entonces aquellos locos que estaban en las cárceles oyeron los ecos de sus palabras en las voces de la gente… ¿El desenlace? Como en toda buena saga se hará de esperar.


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